divendres, 13 de setembre del 2013

Reflexions amb seny des de l'altre costat 11-S



CATALUNYA T'ESTIMO
(Miguel González)

Cataluña se va. El proceso de separación de Cataluña del resto de España podrá ser más o menos largo, civilizado o traumático, pero parece, desgraciadamente, irreversible.
Digo “del resto de España” porque Cataluña no se separa de España. Lo que quede de España, una vez restada Cataluña, podrá seguir llamándose España, por razones jurídicas o de conveniencia, pero será otra cosa diferente, como un cuerpo al que le amputaran no una extremidad prescindible sino parte de su identidad esencial, de su memoria, de su ser más íntimo.

Viví en Cataluña entre 1976 y 1987. Allí estudié. Allí tuve mi primer empleo. Allí hice los mejores amigos, los que duran toda la vida y aún conservo. Allí conocí a mi primer amor y a la madre de mis hijas.

He vuelto a Cataluña y he encontrado que las personas con quienes compartí indignación e ilusiones, con quienes corrí delante de los grises pidiendo llibertat, con quienes coreé las canciones de Raimon o Lluis Llach, hoy defienden la independencia de su país, que es una parte del mío.

Intento convencerlos de su error. Me asombra que se crean que librándose de Madrid vivirán mejor. Les digo que nadie gana nivel de vida tras divorciarse, que durante una generación o dos ellos serán más pobres y nosotros también, que se quedarán fuera de la UE y sus productos tendrán menos ventajas que los de Marruecos o Centroamérica, que necesitarán pasaporte para viajar por Europa, que tendrán que cambiar de moneda para salir de su país.

Que deberán sufragarse su propio ejército, sus servicios secretos, sus diplomáticos, sus inspectores de hacienda o sus magistrados y renunciar a lo poco que les quede de sanidad, educación o pensiones públicas.

Que se engañan si creen que la OTAN les garantizará gratuitamente su defensa, que nadie da nada por nada, y menos una alianza militar. Que si la secesión se consuma sufriremos como mínimo un amago de golpe de Estado y no será contra los catalanes sino contra todos los españoles.

Que en una futura Cataluña independiente la ultraderecha xenófoba, que ya ha asomado la cabeza en las elecciones municipales, quizá sea más fuerte; y su régimen político mucho menos tolerante y liberal que aquel del que ahora reniegan. Que en el mundo hay ya casi 200 Estados y ni en el más iluso puede pensar en serio que la creación de uno nuevo suponga avance alguno en el progreso de la humanidad.

Todo esto les digo. Discutimos en catalán y castellano, indistintamente, pues nunca ha habido un problema lingüístico en Cataluña y tampoco ahora. Pero sé que no voy a convencerlos, porque el abismo de desconfianza que se ha ido cavando en estos años es tan ancho que ya no veo la forma de recomponer los puentes.

Cuando vivía en Cataluña siempre recelé de los políticos que utilizaban el plural mayestático: “Nosaltres”. Qui som nosaltres?, me preguntaba. Y naturalmente, nosaltres éramos/eran los catalanes y ells son/somos todos los demás. Esa afirmación del “nosotros” por contraposición a los demás, de los nuestros frente a los ajenos, está en la base del actual distanciamiento. Por eso no se cuestiona que un barcelonés pague más impuestos que un lleidatà o que el primero financie el hospital para el segundo; pero sí que un catalán subvencione a un extremeño. El lleidatà es de los nuestros, el extremeño no. Ya no.

Lo que me preocupó cuando me trasladé a vivir a Madrid fue comprobar que el mismo discurso se alimentaba desde el lado contrario. Durante demasiados años, los catalanes han sido “los otros”: los egoístas, los tacaños, los insolidarios. Algunos partidos y medios de comunicación han rivalizado en explotar la catalanofobia con fines comerciales o electorales. Las falacias y tópicos de una parte han alimentado los de la otra. Cada exabrupto, cada bravuconada ---como el reciente “catalanes de mierda” de un ex alto cargo de la Marca España o las boutades de algunos dirigentes de ERC—ha sido jaleada y repetida mil veces por quienes se decían escandalizados y en realidad estaban encantados de que el supuesto adversario encarnase a la perfección sus prejuicios.

Salvo excepciones, las instituciones españolas nunca han asumido, más allá de la retórica, que la pluralidad lingüística y cultural de España constituye una riqueza. Brillan por su ausencia las cátedras de catalán en universidades de Madrid, las obras de teatro o películas en catalán que pueden verse en la capital, los políticos que –sin tenerlo como lengua materna– se plantean aprenderlo. Cuando se inició tímidamente el uso del catalán, el euskera o el gallego en el Senado, cámara de representación territorial, algunos medios –los que más pregonan la unidad de España y más hacen por romperla– montaron una escandalera a propósito del coste de la traducción simultánea. Por no hablar de lo ya conocido: la sentencia del Constitucional que recortó el Estatut después de que los catalanes lo hubiesen aprobado en referéndum.

Seguramente es demasiado tarde. Para casarse hace falta que dos quieran, pero para divorciarse basta con que uno tire la toalla. Y no es posible disuadirle con argumentos racionales cuando el desamor ha hecho mella. “El problema es que no nos queréis”, me dijo una persona con quien he compartido 30 años de cariño en la distancia. Y me doy cuenta de que, aunque somos muchos los que queremos a Cataluña desde este lado del Ebro, quizá no lo hemos dicho lo suficiente y hemos dejado que monopolicen el discurso los que identifican a España con ellos mismos, intolerantes y excluyentes.

Así pues, ahora que parece que te vas, sin pretender forzarte para que te quedes, consciente del cúmulo de errores cometidos pero también de todo lo que compartimos, quiero que sepas que t´estimo.


ADMIREMOS A CATALUNYA (Suso de Toro)

Los medios de comunicación de alcance estatal, todos ellos radicados en Madrid, crearon durante décadas una conciencia de España que falseó su realidad. En ese falseamiento Cataluña fue ignorada y despachada bajo clichés interesados, así la generalidad de la población española ignora todo de Cataluña y en cambio está llena de prejuicios hacia los catalanes. Nos pintaron una Cataluña provinciana, encerrada, aburrida, fracasada, obsoleta... Pero la Diada de este año marca un punto y aparte, es un desmentido a todo eso y muestra un país lleno de energía. 

En adelante los españoles mirarán hacia allí con curiosidad unos y con temor y desconfianza otros, pero muchos querrán comprender lo que ha ocurrido. Lo que ha ocurrido se veía venir si uno se acercaba allí y se molestaba en escuchar lo que decían y sentían las personas que allí vivían pero simplemente se lo ocultaron, en cambio la prensa informaba con mayor o menor extensión un mes sí y otro también de que un niño no podía recibir clases en castellano, de que perseguían a las corridas de toros... Todo parecían mezquindades. Y de repente aparecen más de un millón de catalanes pidiendo la independencia. ¿Dónde estaba tanta gente que no nos lo contaron?
 
Pero aunque parezca increíble el día siguiente a un acto cívico y político tan importante, no sé si tendrá parangón en Europa, pudimos leer titulares que se mofaban e informaciones que lo minusvaloraban alimentando la ceguera de sus lectores. Lo que ha ocurrido en Cataluña hace historia en las luchas democráticas y es ejemplar, como tantas veces Cataluña nos ha dado una lección. Pero las lecciones las aprende quien no tiene prejuicios y quiere aprender. Particularmente reconozco que tengo prejuicios pero también me gusta aprender y de los catalanes aprendí muchas cosas. Aunque esté mal visto en España, no tengo pudor en reconocer que admiro a la sociedad catalana.

Como gallego, soy ciudadano de un país derrotado que no ha sido capaz de sobreponerse a su historia, que no supo detener expolios ni humillaciones, falto de orgullo colectivo y nervio cívico y, como español, vengo de un país fratricida e incívico, marcado por un régimen que lo degradó hasta el extremo, una experiencia histórica traumática y profunda que suele ser despachada interesadamente como “la dictadura”. Y por eso descubrí y envidié las semillas de libertad y civilidad que llegaban desde Cataluña, desde la renovación pedagógica de “Rosa Sensat”, cuando aún interesaba la educación como liberadora, hasta la lucha obrera del PSUC y los libertarios, la firmeza en el exilio de Pau Casals, la “nova cançó” y Lluis Llach “al`Olimpia” y también sus “Campanades a mort” por los obreros asesinados en Vitoria, su lucha por el autogobierno nacional... 

En Barcelona reconocí a la ciudad siempre atenta a la cultura que recibía la música de Beethoven y de Wagner en el Palau, donde en Julio de 1937 Schoenberg ensayaba con la orquesta “Moses und Aron” cuando comenzaron los bombardeos fascistas, donde Picasso y Picabia ensayaban su libertad, la ciudad a donde peregrinó el Quijote, y con él su autor, para alabar la industria del libro. 

Allí como autor me sentí acogido y respetado sin que importase en que lengua escribía ni de donde venía ni que padrinos tenía, allí conocí a mi mejor editora y a los mejores editores y a la gente más inteligente y aguda de la industria del libro y de las artes. Y me descubro ante obras literarias como el “Quadern Gris” de Josep Pla, que si España considerase que la literatura en catalán también era suya, no es el caso, tendría por una de las cuatro o cinco obras grandes suyas del siglo XX. Naturalmente que también entreví las limitaciones y defectos de la sociedad catalana, los tiene como todas, pero mi admiración por sus virtudes está muy por encima. Sin ser catalán soy catalanista, lo confieso.

Todo lo resumo en que hubo un momento en mi vida en que me vi obligado por primera vez a plantearme marcharme de mi país, Galicia, y no dudé a dónde iría y dónde había un pueblo abierto que me podría acoger. No lo dudaba.

Y con esta Diada acaban de darnos una nueva lección de civismo y libertad. Para comprender cuán necesaria es esa lección hay que tener presente lo que ocurrió el mismo día en Madrid, un ataque fascista que no es ninguna anécdota. La medida de la libertad y del aire que se respira en la capital del Estado y en el conjunto del Estado la dará el tratamiento que se le dé a ese ataque: ¿se le aplicará la ley antiterrorista? ¿Serán ilegalizados y perseguidas esas organizaciones como hicieron los políticos y la justicia española en Euskadi? Y, cuando aparecen multitud de policías bien pertrechados cada vez que la ciudadanía defiende legítimamente sus derechos, ¿por qué no estaba en esta ocasión en las cercanías del lugar para protegerlo? Qué asco.

Lo que nos ofrecieron a todos los catalanes en su día fue ciudadanía libre y alegre frente a canallas amargados y matones. Al ministro que amenazó con el Ejército le oponen gente de todas edades con bocadillos, camisetas y banderas. No se valorará la dimensión de ese gran acto cívico si no se cae en la cuenta de que no era una manifestación como la que hubo hace unos meses. La Via Catalana fue el resultado de un trabajo organizativo de meses, cada persona se anotó y se dirigió al lugar donde le correspondía en el mapa de la cadena. No fue un calentón de un día o una semana, un momento de enfado que ocupa las calles, sino que cada ciudadano o ciudadana se buscó su camiseta y se apuntó con tiempo para ocupar su lugar correspondiente. No se trataba de una multitud de manifestantes sino de una ciudadanía organizada voluntariamente y desde abajo, hablamos de un pueblo decidido que tiene una decisión tremendamente madurada porque la ha ido elaborando a través de los años y de sucesivas experiencias que le fueron demostrando una tras de otra que el Estado español no reconocía sus demandas y no protegía su lengua ni tampoco sus intereses. No es una ocurrencia repentina.

En los últimos años cada vez que comenté el proceso social y político catalán con políticos de partidos estatales siempre me respondían “es que Mas...”, “realmente lo que quiere Convergencia...”, “...las banderas...”, “...es que la burguesía catalana...”, “es que Esquerra...”. Por más que les insistía repetían sus cómodos prejuicios y lo reducían a una dialéctica de partidos, casi nadie tuvo la humildad de ir desde Madrid a Barcelona y no digamos a otras ciudades catalanas a preguntar y escuchar a la gente. No comprendían que era la gente, no los partidos; Mas sólo se puso al frente de un movimiento social de gran profundidad porque no tuvo más remedio. Lo que hicieron los medios de comunicación madrileños y la política española fue menospreciar a los catalanes, reducirlos a una gente aturdida y conducida astutamente por unos malévolos políticos enemigos de España. Lo que hicieron fue negarle la dignidad personal a esas personas, precisamente a los habitantes de un país que siempre le dió lecciones de civismo a España. Tendrán muchos defectos los catalanes pero son una sociedad con una complejidad y densidad cívica como no conozco otra. Lo que ahora tienen delante es la realidad, los catalanes no eran unos chalanes aprovechados y unas sanguijuelas, como nos contaron, sino que tenían dignidad. Toneladas de dignidad colectiva y personal.

Hoy por hoy, de Cataluña sólo podemos aprender. Paul Celan escribió sobre una Alemania que era maestra de la muerte, Cataluña en cambio es una maestra de civilidad: mucho mejor le hubiese ido a España si la hubiese escuchado y aprendido sus lecciones. No quiero imaginar una España sin Cataluña.

Los franquistas invocarán la sagrada unidad de la patria y el deber del Ejército, aunque no lo hicieron cuando entregaron las provincias españolas del Sahara a la monarquía marroquí por orden de sus amos norteamericanos. Y los nacionalistas españolistas en general invocarán una constitución, dictada por Yahvé y que se bajó Moisés del monte, ya tenían en el Tribunal Constitucional a quienes la interpretaron en su día como les interesaba a ellos y ahora tienen presidiéndolo a Pérez de los Cobos, que ya nos informó de lo que piensa de los catalanes. Pero quienes creemos en la democracia y no somos catalanes tenemos el deber de reconocer que ejercen la democracia y su libertad y sólo podemos esforzarnos en imaginar el modo de que Cataluña sea lo que libremente desee su ciudadanía y que ello no suponga que pasen a ser gente extraña a nosotros. Pues así lo sentimos.